¿Quieren desincentivar la lectura? ¿Desean que alguien de su entorno se convierta en un ser ágrafo que se comunique con sonidos guturales y puede que algún ruido intestinal? No lo duden: este libro es su solución.
En él, usando como escusa el intercambio epistolar de Franco con su primer amor, Sofía Subirán, el autor desencadena a galope un ataque de mal gusto. La protagonista, una policía nacional que abandona el cuerpo tras una denuncia autoinculpatoria, drogadicta, lesbiana y sadomasoquista, a juego con su marido, un comisario sádico sediento de sangre, tiene su contra en el personaje bueno, un inmigrante marroquí, a punto de ser deportado, honrado como nadie, buenísima persona, aunque eso sí, con su toque de adicción a las drogas blandas, y en una anciana con pérdida de su memoria que nos traza un retrato de Franco peculiar: inmaduro, inculto, defensor de la eutanasia y, por supuesto, sádico e incapaz.
Queda un interrogante abierto al cerrar las tapas de tan nauseabundo relato: Si Franco era tan malo e incapaz, y ganó la guerra ¿cómo eran de malos los otros?
GUTIÉRREZ