Ante mis ojos cayó.
Su pecho se desangraba
y una sonrisa de muerte
en sus labios se formaba.
“Aquí me quedo, tranquilo.
Porque ya no siento nada.
Solamente la tristeza
de no ver de nuevo España”.
Mi camarada cayó
en una fría mañana.
Murió en mis brazos pidiendo
que yo escribiera a su casa.
Que le dijera a su madre,
a su padre y a su hermana,
que la vida daba alegre,
pues la daba por España.
La nieve que le cubría
con su sangre se mezclaba
redimiendo aquella tierra
sin Dios y sin esperanza.
Mi camarada, en mis brazos,
aún sacó fuerzas del alma
para en el último aliento
gritar fuerte: “¡Arriba España!”
También yo morir quisiera
como él murió esa mañana.
Sonriendo ante el dolor
y con la mirada clara.
Como buscando en el cielo
el lucero que aguardaba
a otro valiente español
para formar en la Guardia
eterna de aquellos Héroes
que cayeron por España.
Manuel Cabo Fueyo