“Es porque somos tan secos nosotros mismos, tan vacíos y sin amor, que hemos permitido que los gobiernos se apoderasen de la educación de nuestros hijos y de la dirección de nuestras vidas.”
Jiddu Krishnamurti.
La juventud es nuestro futuro. En todo pueblo la esperanza la salvaguarda su juventud. Ella debe ser la portadora de los valores e ilusiones de su nación. El hombre fluye entre generaciones pero el poso de un pueblo vive, se desarrolla, avanza, crece y se forja constatemente en su juventud. Será esa juventud la que, cuando las fuerzas y la edad hagan ceder puestos a los que, con justicia o sin ella, gobiernan actualmente, según su calidad, intente guiar bien o mal el difícil timón de un pueblo.
En una época de mediocres, donde estamos “sólos contra todos”, tener concedida en exclusiva la educación de nuestros hijos a personas ajenas a nuestros valores es de una temeridad, o de una candidez, extrema. No se puede pretender que tus hijos desarrollen unos valores que no se le muestran, que no se le inculcan, sin implicarte tú mismo hasta el cuello. Y eso es difícil cuando eres un homo-economicus cuyo valor se mide por su productividad y no por su calidad.
Y la cosa no pinta nada bien cuando escuelas y universidades son más parecidos a centros de internamiento prolongado y de adoctrinamiento en el mediocre delirio de los antinaturales valores de “Igualdad, fraternidad y legalidad”.
Si queremos a unos hijos “despiertos”, genuinos, vacunados contra la decadencia y la auto esclavitud, queda pendiente la misión de los nuevos padres, de “desprogramar” a los niños en casa. De hacerles ver que no todo lo que enseña la Escuela, la sociedad en general es correcto. De sembrarles la poderosa semilla de la duda y de la disidencia al pensamiento único.
O en palabras de John Ruskin:
“La meta final de la verdadera educación es no solo hacer que la gente haga lo que es correcto, sino que disfrute haciéndolo; no solo formar personas trabajadoras, sino personas que amen el trabajo; no solo individuos con conocimientos, sino con amor al conocimiento; no solo seres puros, sino con amor a la pureza; no solo personas justas, sino con hambre y sed de justicia.”
A. MARTÍN