No te escuché, lo sé, como debía.
Perdido entre los ruidos absurdos
de otras voces.
Prestando mis oídos a mensajes sin brío,
a adornadas mentiras,
a ideologías necias y traidoras.
Tanto tiempo vacío sin tu luz, sin tu guía.
Tantas noches vagando
entre las sombras.
Pero la vida, a veces, se empeña en sonreírte.
Y un día como tantos
tu Lucero brilló en medio del camino.
Y ya todas las sombras
huyeron al pasado.
Y tu voz despertó
a este hombre dormido.
En este tiempo triste,
de enanos resentidos,
falsarios y traidores…
tu sombra se agiganta
desbordando los sotos,
las cumbres, los caminos.
Y tu voz, como un viento
de furia incandescente
recorre toda España
en alegres latidos.
Ya no es esta la España
que tu sangre sagrada
regó con esperanzas
de futuros altivos,
de pan, Justicia y Patria
para todos sus hijos.
Aún no te conozco
tanto como quisiera.
Y aún necesitamos
tu impulso en un camino
que nos ha de llevar, tal vez,
a la derrota
que habremos de afrontar
orgullosos y dignos.
Pues la vida sin lucha…
sólo es tiempo perdido.
Te debo tantas cosas,
Jefe, Camarada, amigo…
Hoy intentan de nuevo
matarte los de siempre,
con venganza cobarde,
pues saben que estás vivo.
Nunca mueren jamás
los que no tienen miedo,
los que encaran la muerte
como acto de servicio.
José Antonio,
¡PRESENTE!
Jefe, Camarada, amigo…
Cuando llegue la muerte,
lo único que aspiro,
es poder presentarme
en el Cielo español
de Luceros altivos,
con la cabeza alta
por el deber cumplido.
José Antonio, tu luz
ilumina las sombras
de este triste camino.
La España que soñabas
nos espera en la tierra…
o en los cielos eternos
que guardan los Caídos.
Manuel Cabo Fueyo