Mi vecina ya no da clases de piano. El piano y sus cosas están en un almacén. Ella ha vuelto a casa de su madre. Por las noches ya no escucho sus escalas, ni a su favorito Chopìn. No puedo pedirla un Satié -que por complacerme tocaba-.
Tampoco hay Hidromiel contemplando las estrellas en silencio cada noche que podíamos coincidir, ni charlas profundas sobre temas tontos. Sólo me queda su olor y ese sonido que sacaba, con amor, de su piano. Hay un poco menos de Magía.
Para ella, caminante del Camino, es sólo otro paso más. Para mi, caminante del mismo Camino, es una estrella que me alumbrará en mi memoria.
¿Cómo es que nadie me dijo que a lo largo de la historia la gente más solitaria fueron los que siempre decían la verdad? Los que hicieron la diferencia. Resistiendo la indiferencia.
Son tiempos para la Lírica, la Poesía y la Belleza. Siempre lo son.
A. MARTÍN