Tras la llegada de la modernidad con la revolución francesa y la revolución industrial, la igualdad, la fraternidad y la democracia, los titiriteros del hombre europeo observaron que no necesitábamos a Dios y promovieron la muerte de toda trascendencia.
Y con Dios había que dar la estocada final a la naturaleza, que es donde reside en esencia la divinidad, y así convertirnos en reyes de un planeta subyugado y sometido a paupérrimos designios materialistas.
Ahora que nos hemos convertido en los reyes de la basura, los ases de la decadencia, ahora que somos los mejores hipócritas y egocéntricos de la historia, el hombre, no ya europeo sino global, echa de menos a Dios y se propone suplirlo coronándose a sí mismo mientras pisotea la poca estima moral que quedara en sus entrañas. Puesto manos a la obra de creación de una nueva naturaleza artificial, que obedezca a cualquier necesidad aberrante que la modernidad le venda como imprescindible, el hombre tiene la oportunidad de vislumbrar la llegada de su caída y empezar a calcular la fecha de su muerte por autodestrucción.
Y ante tal panorama desolador sólo una desesperada consigna es válida:
¡Lucha! ¡Por la continuidad de tu tribu, por tu nación, por tu etnia, por tu raza, por la trascendencia que rescolda la pequeña llama que aún ilumina tu conciencia y te hace sentir que lo que hay no es lo que debería haber!
¡La Naturaleza nos reclama! ¡Pongámonos de nuevo a su servicio!
Gawain